En cuanto puse los pies en Onil de lo primero que me acordé fue de Kapuscinski y en todo eso de que un buen periodista tiene que pasar lo más desapercibido posible para camuflarse entre la población autóctona, bla, bla, bla. Con un minivestido que intentaba ir a juego con la gorra (o viceversa), y con una cámara de fotos a bocajarro se me notaban a la legua mis turísticas intenciones. Aun así, por supuesto, no cambié ni de actitud ni de vestuario. La culpabilidad y el complejo de turistilla barata comenzó a esfumarse cuando empecé a ser consciente del hecho de que si el visitante le está haciendo fotos a lo que sea los colivencs siempre tienen la deferencia de no pasar por delante del objetivo para no estropear el recuerdo gráfico. Aún así pude hacerle una foto a uno de ellos. Gracias, señora.
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